domingo, 8 de abril de 2007

38. Tuentos para la Luna - II

La luna tampoco vendrá hoy, pero la pienso igualmente. Y bajito y lento le sigo leyendo el "tuento" justo por donde lo dejamos anoche.

"Fuera, Sebastian, contentísimo por hallarse de nuevo en la nieve, decidió, sin embargo, obedecer a Oportuna. Pero justo en el momento en que acababa de subirse a su maleta para alcanzar la aldaba de la puerta de entrada vio, detrás de una cortina de copos de nieve, a dos niñas que salían charlando de la casa vecina. Ambas apretaban contra su pecho una bolsa de papel, llena hasta casi reventar.
- Es simpático León -dijo una de las niñas-. ¡Un kilo de galletas por una perra gorda, no es nada caro!
- ¿Me dais unas cuantas? -gritó Sebastian desde lo alto de su atalaya.
Un poco asustadas, las chicas se marcharon. Pero antes de dar la vuelta a la esquina de la calle, la más atrevida se volvió hacia Sebastia y le sacó la lengua. Luego, gritó con voz burlona:
- ¡Pídele a León, seguro que te da!
Sebastian, que empezaba a notar un vació en el estómago, corrió hacia la puertecita de cristales por la que las niñas acababan de salir. Con un gesto decidido la empujó, poniendo en marcha un alegre repique de campanillas que no acababa nunca... Se encontró en una tienda de techo bajo, alumbrada débilmente por una grandota y panzuda lámpara de petróleo que había sobre el mostrador.
- ¿Qué desea, hijo mío? -dijo una voz amable-. ¿Caramelos para usted o mantequilla para su madre?
La voz venía de detrás de la caja, sumergida en la penumbra. Un personaje chiquitín estaba allí, sentado en un taburete. Estaba muy tieso, le brillaban los ojos, y sus orejas de pelo ensortijado le caían blandamente por las mejillas.
- Aunque, por lo que veo, señor, usted no es de aquí. En ese caso, permítame que me presente: Yo soy Timoleón -León para los amigos- cajero del señor Albatros.
- Y yo, Sebastian, sobrino de la señorita Úrsula -balbució el chico, con los ojos grandes como platos, por la sorpresa.
Porque... sí, señor, no había la menor duda. León era un perro. ¡Un perro... cajero! Sebastian reprimió unas ganas horribles que le vinieron de echarse a reír. Timoleón se dio cuenta de ello.
- Ríase cuanto guste, hijo mío. Aunque sin el pobre León, ¿quién se iba a ocupar de la tienda?
- Pues... ¡pues el señor Albatros, el tendero! -respondió Sebastian.
Ante tal ingenuidad, el perro dirigió al techo una desconsolada mirada.
- ¿Pero es que usted no está al corriente? Sepa, joven forastero, que el señor Albatros es tendero contra su voluntad. Por amor filial, eso es. Porque desde hace cien años esta tienda ha estado llevada por un Albatros. Además, aparte de eso, hay otra razón. Escuche, escuche..."


(Los Alegres Viajeros, de Marcelle Lerme-Walter - Barco de Vapor, pp.11-12)

5 comentarios:

titania dijo...

Que me gusta verte peque escribiendo, tu lo sabes, miles de besitos.

Bett dijo...

Espero que la luna no se moleste si yo sigo leyendo lo que tu le relatas!

Te dejo un fuerte abrazo!

Guitarrero dijo...

No creo que se moleste... ten en cuenta que no aparece jeje.

Marta, esto no lo escribo yo. Es de un libro que solía leer de pequeño. Va de trajes mágicos con los que se puede volar. Me encantaría tener uno de esos.

Anónimo dijo...

Ya sé Javi, pero de igual modo me gusta verte escribiendo.

Te adoro.

A mi tambien me gustaria tener uno.

Marta.

Anónimo dijo...

A la luna le tapaban las nubes, y no sabia como hacer para que estas se disiparan,busca en su interior el modo de hacerlo y espera conseguirlo.

LA LUNA