Supera por poco los cuarenta años, aunque aparenta más. Su cabeza es una nube de algodón donde se cuelan rayos de sol plateados. El maquillaje parece borrar temporalmente las marcas de sus noches sin dormir y de su descanso pendiente. No hay tanta suerte con las marcas en su piel, allá donde aún quedan restos de un acné que debería ser recuerdo de adolescencia, pero que aún le acompaña.
Ha pedido permiso a su jefe para salir antes de trabajar. Viene sin comer, sabe bien que ese tiempo tiene que recuperarlo de alguna forma. Hemos hablado por teléfono alguna vez por cuestiones de trabajo, y nos hemos escrito algún mail por el mismo motivo. Entre líneas o sonidos se puede conocer algo sobre la otra persona, aunque no se hable de ello.
Una vez se me escapó decir que no estaría en la oficina porque tenía clase. Hay que seguir preparando las benditas oposiciones por si algún día la suerte decide ponerse de mi parte. Curiosamente, ella también prepara oposiciones, pero para el ámbito administrativo. Había superado la prueba escrita, y sólo le faltaba el examen oral... en inglés. Por eso habíamos quedado esa tarde.
La conversación salió sola, como si fuésemos dos amigos que hace tiempo que no se ven y se ponen al día. Ella era la que tenía que practicar, y fue la que más habló. Me sorprendió que hablase sobre su vida, sobre aspectos muy íntimos que hicieron que su ojo derecho se pusiese "tonto". Dijo que eran los nervios por hablar en inglés. Hice como que me lo creí, sabiendo que para ella no colaba.
Me contó que oposita porque no le queda más salida. Que se la juega. Lleva trabajando veinte años en una empresa en la que no puede ascender, pero de la que siempre puede ser despedida. Está divorciada, y tiene tres niñas. Su actual pareja era Vicepresidente de un Banco, y fue despedido en un pestañeo. Está separado, y tiene dos niños. Han decidido irse a vivir juntos a la casa de ella. Él sabe que ella ha quedado conmigo, y está esperando en el coche con dos de las niñas.
Ella tiene claro que necesita sacar una de las plazas. Los gastos de la casa, los niños, las niñas, el colegio... todo depende mayormente de ella. Él encontró trabajo en los almacenes de un centro comercial, y no sale de su depresión. Oposita para lo mismo que ella, pero ha tirado la toalla. Se ha rendido, el peso que siente dentro puede con él. Ella es quien intenta sacarle de ese estado haciendo de supermujer, madre y pareja, pero también nota la responsabilidad y el miedo al fracaso.
Quiere a ese hombre que espera en el coche. Sus horarios no les permiten verse más que cuatro o cinco horas a la semana. Él le ha devuelto la confianza en las personas; ella intenta devolverle la ilusión. Intenta darle ejemplo y motivarle agarrándose ella misma a una oposición para la que se está dejando el alma. "Son más de cuarenta años, Javier. ¿Dónde querrán a alguien como él y como yo? Me agarro a esto porque si no mi vida se cae, y la suya conmigo."
Su ojo derecho vuelve a enjuagarse. Son los nervios. Se la juega el lunes, y hemos quedado en que me contaría cómo fue todo. Espero sus noticias. Mucha suerte...
Ha pedido permiso a su jefe para salir antes de trabajar. Viene sin comer, sabe bien que ese tiempo tiene que recuperarlo de alguna forma. Hemos hablado por teléfono alguna vez por cuestiones de trabajo, y nos hemos escrito algún mail por el mismo motivo. Entre líneas o sonidos se puede conocer algo sobre la otra persona, aunque no se hable de ello.
Una vez se me escapó decir que no estaría en la oficina porque tenía clase. Hay que seguir preparando las benditas oposiciones por si algún día la suerte decide ponerse de mi parte. Curiosamente, ella también prepara oposiciones, pero para el ámbito administrativo. Había superado la prueba escrita, y sólo le faltaba el examen oral... en inglés. Por eso habíamos quedado esa tarde.
La conversación salió sola, como si fuésemos dos amigos que hace tiempo que no se ven y se ponen al día. Ella era la que tenía que practicar, y fue la que más habló. Me sorprendió que hablase sobre su vida, sobre aspectos muy íntimos que hicieron que su ojo derecho se pusiese "tonto". Dijo que eran los nervios por hablar en inglés. Hice como que me lo creí, sabiendo que para ella no colaba.
Me contó que oposita porque no le queda más salida. Que se la juega. Lleva trabajando veinte años en una empresa en la que no puede ascender, pero de la que siempre puede ser despedida. Está divorciada, y tiene tres niñas. Su actual pareja era Vicepresidente de un Banco, y fue despedido en un pestañeo. Está separado, y tiene dos niños. Han decidido irse a vivir juntos a la casa de ella. Él sabe que ella ha quedado conmigo, y está esperando en el coche con dos de las niñas.
Ella tiene claro que necesita sacar una de las plazas. Los gastos de la casa, los niños, las niñas, el colegio... todo depende mayormente de ella. Él encontró trabajo en los almacenes de un centro comercial, y no sale de su depresión. Oposita para lo mismo que ella, pero ha tirado la toalla. Se ha rendido, el peso que siente dentro puede con él. Ella es quien intenta sacarle de ese estado haciendo de supermujer, madre y pareja, pero también nota la responsabilidad y el miedo al fracaso.
Quiere a ese hombre que espera en el coche. Sus horarios no les permiten verse más que cuatro o cinco horas a la semana. Él le ha devuelto la confianza en las personas; ella intenta devolverle la ilusión. Intenta darle ejemplo y motivarle agarrándose ella misma a una oposición para la que se está dejando el alma. "Son más de cuarenta años, Javier. ¿Dónde querrán a alguien como él y como yo? Me agarro a esto porque si no mi vida se cae, y la suya conmigo."
Su ojo derecho vuelve a enjuagarse. Son los nervios. Se la juega el lunes, y hemos quedado en que me contaría cómo fue todo. Espero sus noticias. Mucha suerte...