domingo, 11 de febrero de 2007

20. Nunca Son Las Siete

La casa de mi hermana mayor está llena de ratas. Son las únicas tres ratas que me gustan. Me gustan sus ojitos brillantes, sus morritos, y el ruido curioso que hacen al reírse. Como en las familias de abejas, las ratas han nombrado una rata reina. Los otros dos ratoncillos se dejan hacer y deshacer, para ellos no es problema tener una rata reina que les maneje. Por eso dejan que la comandanta del salón lleve la voz cantante.

La comandanta del salón vuelve a levantar la vista y se señala la muñeca para preguntarme la hora. Sabe que cuando el "tito Avi" diga que son las siete ella podrá ir a por la guitarra y se montará una fiesta improvisada, los cuatro en círculo sentados en la alfombra. Lo que ni ella ni los otros dos ratoncillos saben es que hoy no tengo ganas de guitarrear. Me duele bastante la cabeza y no tengo el cuerpo para fiestas y por eso, aunque ya son las siete y cuarto, para ellos aún quedan veinticinco minutos para la "hora G".

Me aprovecho de que la rata reina y el super-ratón están aprendiendo a sumar hasta diez y no son conscientes del paso del tiempo del mismo modo que los adultos. Esta tarde estuvimos sumando usando lápices de colores. Tres por un lado, y cuatro por otro lado, echan la cuenta y se paran en el número siete. Sin embargo, no pasa mucho tiempo hasta que se cansan de tanto numerito. Ahora llevan un rato coloreando dibujos que previamente me han pedido que les haga. Como ratas modernas y de ciudad que son, exigen que las casas tengan "siminea", árboles y un "malón" para que jueguen otras ratas.

El ratón colorao, el "Zanahorio", abre mucho sus ojos para procesar en sus pupilas toda la información que pueda. No quiere que se le escape nada, quiere verlo todo y en eso se entretiene. Es el autodidacta, se pasa el tiempo mirando y, estoy seguro, pensando en el poco sentido que tienen algunas de las cosas que pasan. Mientras, el ratón mira a la ratita reina y le pregunta:

- ¿Itara?

Son las siete y media. Me sonrío cuando vuelvo a mentirles y les digo que son las siete menos veinte. Me sonrojo un instante después, cuando la ratita deja sus pinturas encima de la alfombra, y con gesto muy serio y de concentración, empieza a contar: "Uno, tos...", pero en algún momento se para, perdida entre tanto número. Tras un micromomento de silencio, llega al número "ente". Intuye que el "ente" es también un número, y que si se acaba el "ente" serán las siete y tendremos fiesta. Con su sonrisa de leche me mira la muy tramposa. El ingenio de las ratas pueden con los manejos de los adultos.


Pienso en lo fáciles que hacen las cosas mientras nosotros intentamos planificarlo todo, contabilizarlo todo, controlarlo todo. Ellos no controlan los números, no controlan el tiempo, pero controlan la hora en que empieza la fiesta. Quizá ellos no sepan de horas ni minutos, pero son especiales. Sólo en su mundo las siete son a cualquier hora del día.

Benditos niños.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

que momento de la vida la niñez! libre de preocupaciones, de obligaciones, y sobretodo puedes crearte tu pequeño mundo ideal en el que las cosas son como quieres. esos peques!

Anónimo dijo...

javi si la ratita mayor eres tu,pq si se te cae la baba con las ratitas y creo q las ratitas sin su ttito javi tambien no podran estar ,yo quero un tito asi

un besos de la chiki

Guitarrero dijo...

A veces sería el guitarrista de Hamelin sólo por estar en el mundo de estas ratas.

Un abrazote Ángel, ojalá que siempre quede algo de niños en nosotros.

Para la chiki, el número para una rifa. A lo mejor no te toca un "tito" pero lo importante es participar.

Anónimo dijo...

En no pocas ocasiones volvería a ser una niña, adoro esa mirada limpia, interrogante, esa naturalidad...

De algo estoy segura peque, tu desde luego no dejaste de serlo del todo, eso es lo que te hace especial, ¿anone hay que apuntarse para tener un tito así?

besines. Marta.

Guitarrero dijo...

DIVA:

Espero que en París hayas podido reencontrar a la niña que eres, y que hayas tenido un instante para perderte por esas calles.

La mirada, la ternura y la mirada, son "cosas de críos". Qué criaja eres, Marta, y qué bien nos hace que lo seas.