jueves, 30 de noviembre de 2006

9. La Ciudad sin Ley

Esta historia narra hechos tristemente verídicos. Cualquier parecido con la realidad es pura verdad.

Ocurrió una fría mañana de otoño. A las seis de la mañana suena mi despertador, indicándome el nuevo día que debo atacar. Sin pensarlo, me levanto de la cama. De haberlo pensado, aún seguiría acostado. Raudo y veloz me preparo para coger el primer autobús del día, que hace de enlace para coger el autobús que realmente necesito para llegar a la "Ciudad sin Ley". El bus que me lleva hacia mi destino, hacia un lugar del norte de cuyo nombre no quiero acordarme.

Tenía una cita ineludible a las ocho y media, y una intranquilidad creciente ya que no sabía si llegaría a tiempo. Las distancias en Madrid son tan engañosas... Pero sí, la primera etapa del camino se cumplió con celeridad. Demasiada, ya que al bajarme del primer autobús aún tuve que esperar media hora hasta que llegó el que me llevaría a Nunca Jamás. Ojalá que nunca jamás ocurra algo como lo que ocurrió allí.

Una vez llega el autobús, el segundo del día, el definitivo, me preparo para un viaje de media hora cuando aún es noche cerrada. No se ve nada más que el trazo de carretera iluminado por las luces cortas. Nada a la derecha, nada a la izquierda. Sólo una profunda oscuridad mientras recorremos una carretera que serpentea descampados. Ninguna luz de ciudad alrededor. A la media hora ya se vislumbran las luces de las farolas de la Ciudad sin Ley, y me preparo para finalizar la segunda parte de mi recorrido en tiempo récord: una hora de adelanto sobre el horario estipulado. Ahora, mi siguiente misión es encontrar el punto exacto de reunión.

Me las prometía muy felices, pero no hay nadie a quien pueda preguntar dónde queda el "Lugar X". Ni un ruido por las calles, ni siquiera los ladridos de los perros que despierten al vecindario. Nada por aquí, nada por allá, ¿dónde está la gente? ¿Dónde está mi tercera y definitiva parada? Intuitivamente subo una cuesta siguiendo la estela de las farolas. Es una calle que no hace más que subir hasta que al final quedo de frente ante un descampado que vuelve a dejarme a oscuras. Durante el camino oigo pasos detrás de mí, pero ninguna silueta. Lejos de asustarme, estoy ebrio de ganas de encontrarme un rostro humano a quien preguntar indicaciones. Pero no hay suerte.

A lo mejos oigo ruido de coches, y allá que me dirijo. Es una carretera de doble sentido, con varios carriles, y enfrente un par de edificios que pueden ser lo que estaba buscando. Pero, ¿cómo hago para cruzar la carretera? Tras diez minutos caminando por el barro de un parque para no adentrarme en la carretera, encuentro una pasarela. El viento azuza con ganas, pero no hay otra forma de cruzar. Y sí, los edificios son mi lugar de encuentro. Al llegar con tanto tiempo de adelanto, las puertas no se abren y toca esperar.

A una hora (más) prudencial vuelvo a llamar a la puerta, titiritando de frío. Lejos de escuchar únicamente el ruido de la apertura de puertas, al celador se le escapa un "Joder, ya dando el coñazo tan pronto por la mañana". El Jefe de Estudios sale a "recibirme" como un jefe indio a un rostro pálido. Según él, yo debería haber ido a trabajar el lunes, hoy estamos a jueves y es cuando aparezco. Lógicamente, su cara no transmite un derroche de alegría. Pero voy armado y soy peligroso: mis papeles de la baja médica aseguran que yo no debería estar allí y que nuestro duelo no tiene ningún sentido. Hoy no, Jerónimo.


Sin embargo, el gran jefe indio, sin previo aviso, me pone unos cuantos libros de texto en los brazos y con gestos que en su tribu serán normales, me dice que entre en clase, que los chavales me están esperando. Pero yo sé que no debo estar allí. Sé que no debo entrar en clase. Sé que no debo trabajar. Pero allá que voy, allá que entro en clase pero me niego a explicar ni a presentarme. Actúo como un profesor de guardia cualquiera, cuidando de que el rebaño de adolescentes no monte escándalo en esa hora. Así hasta la última hora de la jornada. ¿Objeción de conciencia? ¿Tocapelotamiento? ¿Soy mala persona?




Tras escuchar lindezas como que me estoy aprovechando del Estado, que voy de sobrado, que para estar así mejor no ser profesor, que no valgo... tras el consiguiente rebote que me hizo contestar verduleramente... tras presentar los papeles de una baja médica que ellos obvian completamente... mañana toca volver a la Ciudad sin Ley. ¿Será el último día? ¿Pese a estar en un lugar con leyes propias, acabarán aceptando que una baja laboral es una baja laboral? ¿Tendré que volver a apatrullar las aulas? Si vuelven a obligarme a ello, iré pensando en poner una demanda. No es justo que jueguen con uno de esta forma. No es justo que le hagan sentir un bicho, una mala persona sin tener culpa alguna. No es justo tener que estar así de pendiente del puesto de trabajo (aunque sea de interino), dado que si te pones malo, con o sin papeles de baja, quieren borrarte de los listados. Borrarte del mapa.

Pero mañana volveré a ir armado. Con los libros, para dejarlos allí para siempre. Con los papeles nuevos de mi médico, que también se ha agarrado un cabreo de impresión. Y con espuelas. Mañana no me torean. Mañana seré yo quien meta a Jerónimo en la marmita. El rostro pálido saldrá airoso de la Ciudad sin Ley. Porque la Ley es para todos, incluso para los jefes indios malhablados.

3 comentarios:

titania dijo...

Sabes peque? NO PUEDEN OBVIAR una baja médica, sabemos de lo que estamos hablando, presenta esos puñeteros papeles, y no vuelvas a esa ciudad sin ley, vaya forma de acabar el día con un cabreo monumental, andaaaaaaaaaaa que les dennnnnnnnnnnnnnn!!!

vaya pues si que está bien el sector, CUIDATE.

Anónimo dijo...

olaaaa

pues no se ke jefe d estudios semejante esperpento es ese, no veo normal k te haga lo k te hace. profe no permitas k te tomen el pelo ni k salgan ganando.A por todas!

Guitarrero dijo...

Muchas gracias a los tres por el ánimo. Ayer fue la revancha y el lunes no pienso volver donde los indios. Bastante tuve con la flechita del dibujo como para volver a por más.

¡Buen fin de semana!